El Egipto de los faraones
El reino de Egipto fue una de las más viejas y desde luego la más longeva de las civilizaciones antiguas, perdurando durante más de tres milenios. Este período tan largo tuvo interrupciones y trastornos, pero la cultura egipcia tenía raíces tan firmes que incluso los conquistadores extranjeros quedaron absorbidos por ella, y adoptaron las formas de los gobernantes hereditarios de Egipto, los faraones, que se consideraban hijos del dios supremo Ra, el dios del sol.
Aunque los restos de la civilización de los antiguos egipcios eran evidentes por todas partes, en forma de pirámides gigantescas, estatuas enormes y espectaculares templos en ruinas, se sabía muy poco de su historia detallada, de su sociedad y de sus creencias hasta que se descifró su misteriosa escritura “jeroglífica (pictogramas) a principios del siglo XIX, como consecuencia del descubrimiento de la piedra Rosetta.
Sociedad y cultura. La vida de los antiguos egipcios era el río Nilo, cuya crecida anual anegaba los campos y garantizaba una buena cosecha. Los asentamientos humanos en el antiguo Egipto se limitaban a una franja a ambos lados del río (Alto Egipto) y a lo largo de su gran delta (Bajo Egipto). Excepto estas zonas y algún oasis ocasional, toda el terreno era desierto. El valle del Nilo es uno de los primeros lugares del mundo donde se desarrolló la agricultura, al que siguieron algunos de los primero pueblos y ciudades del mundo.
Hacia 3100 a. C., un rey llamado Menes unió el Alto Egipto y el Bajo Egipto, convirtiéndose en el primer faraón. Se construyó una nueva capital, Menfis, en la unión del Alto y el Bajo Egipto, y se convirtió en el centro de un estado fuertemente centralizado, con el faraón a la cabeza de una eficiente jerarquía administrativa. Dicha organización permitió la realización de grandes proyectos de construcción y hacia 2630 a. C. se construyó la primera pirámide —la pirámide escalonada de Saqqara— como tumba del faraón Zoser. Según la tradición fue diseñada por el arquitecto y médico Imhotep, y proporcionó el modelo para las famosas pirámides de Giza, que, con una altura de 138 metros, fue durante cuatro milenios la estructura más alta del mundo.
«Dios es los tres dioses: Amón, Ra, Ptah, sin ningún otro… Sus ciudades en la tierra perdurarán por toda la eternidad: Tebas, Heliópolis, Menfis, por siempre».
Un himno de c. 1220 a. C., alabando los tres aspectos del dios estatal del Imperio Nuevo. De hecho los egipcios adoraban otros muchos dioses, entre ellos Isis, Osiris, Anubis y Horus.
Las pirámide eran las tumbas de los faraones y los cuerpos de los muertos estaban rodeados por todos los objetos que podrían necesitar en el más allá, que imaginaban como un mundo muy parecido a Egipto. Para que los muertos pudiesen disfrutar de la otra vida, era esencial que se preservasen sus cuerpos, y para eso los egipcios desarrollaron sofisticadas técnicas de momificación. Aunque al principio unos funerales tan elaborados quedaron restringidos a los estratos más altos de la sociedad, a lo largo de los siglos incluso los más pobres se pudieron costear ajuares funerarios modestos para satisfacer sus necesidades en la otra vida.
Comercio, imperio y conquista
Aunque Egipto era rico en recursos agrícolas y minerales, le faltaban productos como la madera, el vino, el aceite, el marfil y las piedras preciosas. Para satisfacer la demanda, se organizaron grandes expediciones comerciales al Sinaí y el levante hacía el noreste, hacia Libia en el oeste, y a Nubia y Punt (el Cuerno de África) en el sur. A remolque de estos contactos comerciales, los egipcios intentaron expandir su poder así como sus horizontes, y entre 1500 y 1000 a. C. constituyeron un imperio que se extendía de Siria al Sudán. Grandes cantidades de riquezas confluían a Egipto desde las nuevas provincias en forma de tributos, permitiendo la construcción de un gran centro religioso en Tebas, y el gran templo de Karnak.
La expansión puso a los egipcios en contacto con poderoso imperios vecinos, y se establecieron relaciones diplomáticas con los hititas de Anatolia, los babilonios y los asirios. El contacto provocó competición y conflicto: en 1285 a. C. el poderoso faraón Ramsés II libró una gran batalla contra los hititas en Kadesh, Siria, y a continuación Egipto tuvo que hacer frente a los ataques de los misteriosos «Pueblos del Mar» del Mediterráneo oriental.
Hacia 700 a. C. los asirios invadieron Egipto y saquearon Tebas. Otra invasión, esta vez por parte de los persas, se produjo en 525 a. C., y Egipto se convirtió en una provincia persa hasta que se rindió sin luchar ante Alejandro Magno en 332 a. C. Alejandro cruzó el desierto hasta el Oráculo de Amón en el oasis de Siwa, y allí fue proclamado por los sacerdotes como el nuevo faraón. Tras la muerte de Alejandro, uno de sus generales, Ptolomeo, estableció una dinastía de faraones que se ganó el apoyo del pueblo y de los sacerdotes honrando a los dioses de Egipto. Aún después de convertirse Egipto en una provincia romana en 30 a. C., su cultura greco-egipcia siguió viva hasta su extinción final a manos de la conquista árabe musulmana en el siglo VII d. C.
“Me encontré con un viajero de antiguas tierras que me dijo: dos enormes piernas de piedra carentes de cuerpo se alzan en el desierto. Cerca de ellas en la arena, medio hundido yace un rostro destrozado…».
Percy Bysshe Shelley, «Ozymandias», 1819. El poema alude a las numerosas estatuas gigantescas del faraón Ramsés II que yacen en ruinas en los desiertos de Egipto y en Oriente Próximo
La piedra Rosetta
El significado de los jeroglíficos egipcios fue desvelado finalmente después del descubrimiento en 1799 de una piedra inscrita en Rosetta (en árabe, Rashid), cerca de Alejandría. Datada hacia 196 a. C., la piedra reproducía un decreto del faraón Ptolomeo V en egipcio, tanto en escritura jeroglífica como demótica (cursiva), y también en griego antiguo. Esto ofreció a los investigadores la clave que necesitaban. La labor de desciframiento la inició el erudito inglés Thomas Young, y fue completada por el estudioso francés Jean-François Champollion en 1822. La piedra Rosetta se encuentra en el British Museum de Londres, aunque el gobierno egipcio ha exigido su regreso.
La revolución religiosa de Akenatón
En 1379 a. C. subió al trono el faraón Amenofis IV e inició una revolución religiosa. Sustituyó el culto al dios estatal Amón-Ra y el panteón del resto de dioses por el dios único, Atón, el disco solar. Él mismo adoptó el nombre de Akenatón (que significa «agradable al disco solar»), construyó una nueva capital, Aketatón (la moderna el-Amarna), e inició un estilo naturalista de retratos reales en lugar de la tradición de representaciones muy estilizadas. Akenatón no se ocupó de su imperio en Asia occidental, y perdió el norte de Siria a manos de los hititas. En el interior, tuvo que hacer frente a la oposición de los poderosos sacerdotes de Amón, y después de su muerte en 1362 a. C. le sucedió el joven Tutankamón, y se restauraron las prácticas religiosas tradicionales.
Fragmento de: Ian Crofton. “50 cosas que hay que saber sobre historia del mundo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario